La madre que te parió, Mendeléyev, un genio gruñón

”Lo que la Ciencia siembra, la gente lo cosechará”.

Tal día como hoy, hace 185 años, nacía Dmitri Mendeléyev, conocido hoy fundamentalmente por tener la lucidez de agrupar los elementos químicos en función de su peso atómico y propiedades, y elaborar la primera versión de la Tabla Periódica, conformada en aquel momento por 63 elementos. Sin embargo, su genialidad no radica sólo en la creación de la misma sino en muchas otras cosas como su intuición, pues predijo que faltaban elementos por descubrirse y dejó huecos en ella para introducirlos en el futuro vaticinando las propiedades que éstos debían tener. Sin ir más lejos, en 2018 científicos de Japón avanzaban en la prensa que en unos años podrían sintetizar el elemento químico 119, creando una nueva fila en la tabla para albergarlo. Este nuevo elemento ha sido bautizado temporalmente como ununennio. Si así fuera, la cantinela de la primera columna de la tabla periódica recitada de carrerilla por cualquier estudiante por requerimiento del profesor/a, aquel que a su vez cantaba que “cuando el oso toca el pito, el mico rompe el plato”, quedaría así: hidrógeno, litio, sodio, potasio, rubidio, cesio, francio y ununennio. Pero esto, está por ver.

Mendeléyev nació en el seno de una familia culta y pasmosamente numerosa, pues consta que fue el menor de, al menos, 17 hermanos. Al poco de nacer, su padre quedó ciego y su madre, esa madre que parió y crio 17 hijos, que sepamos, tuvo que tomar también las riendas de la economía familiar dirigiendo la fábrica de cristal fundada por su abuelo. Tras una serie de infortunios, entre los que cuentan el fallecimiento del padre o el incendio que fulminaría la fábrica, la madre visionaria apostó por invertir sus ahorros en la educación de Dmitri, que apuntaba maneras de genio, en vez de reconstruir de nuevo la fábrica. Afortunadamente para su hijo, esta inversión al final dio sus frutos.

Sin embargo, sus inicios no fueron fáciles puesto que tras viajar a la edad de 15 años, dicen que a caballo junto a su madre y dos hermanos, se le denegó su ingreso en las universidades de Moscú y San Petersburgo por su origen siberiano. Hecho curioso porque años más tarde, debido a su alta capacidad, acabaría ejerciendo como profesor en esta última universidad durante una veintena de años. Empezó así sus estudios en el Instituto Pedagógico de San Petersburgo, y pocos meses más tarde, fallecería su valiente madre afectada de tuberculosis. Pero ya con su sacrificio, esta mujer audaz había plantado el germen de un genio. Según dicen, en sus últimas palabras le cantó a Dmitri “Refrena las quimeras, insiste en el trabajo y no en las palabras, busca pacientemente las verdades científica y divina”. Ella comprendió que los métodos dialécticos traicionan con frecuencia y que la ciencia elimina toda superstición, mentira y error, y conlleva la certeza de verdades aún no descubiertas. ¡Brava mujer!

En contraste con su obsesión por ordenar los elementos, la vida personal de Mendeléyev fue muy movidita. Se casó obligado con una mujer a la que no amaba y en cuanto pudo y le dejaron se divorció de ella con la intención de casarse con aquella que sí amaba, una mujer 26 años más joven. Todo esto no sale de la normalidad en estos tiempos, pero en aquellos se le tachó de liberal y escandaloso y le cerró muchas puertas. De hecho, fue acusado de bígamo, pues nada más divorciarse de su primera esposa no esperó los siete años de celibato que exigía la legislación rusa y se casó con su bienquerida siendo juzgado por ello. Sin embargo, por esta vez, escapó airoso pues la pena recayó sobre el pobre párroco que ofició el casamiento.

Mientras todo esto ocurría, ya se le conocía como una eminencia científica internacional, y no sólo por su aportación a la Química con la Tabla Periódica, sino también por muchas otras contribuciones a diversas materias, que al lado de la anterior parecen anecdóticas, pero son muy importantes para la historia. Sin embargo, en Rusia, debido a sus ideas liberales, no tuvo el reconocimiento merecido y nunca fue admitido en la Academia Rusa de las Ciencias.

Tenía fama de mal carácter y testarudo. Según dicen, mientras trabajaba, gritaba, gruñía y refunfuñaba. Cuando esto llegaba a sus oídos, Dmitri contestaba que siendo así se protegía frente a las enfermedades y no padecía úlcera. Hasta tal punto llegaba su obstinación que emprendió un viaje en solitario en globo para estudiar un eclipse solar. El vuelo estaba previsto para él y un piloto. Sin embargo, llovió, echando a perder todos los planes. A pesar de esto, Mendeléyev sacó al piloto y a todo lo que estaba en la canasta y emprendió el viaje sólo para que nada se interpusiese en su empeño. Científicamente, este viaje no dio sus frutos puesto que no consiguió sobrevolar las nubes, pero su hazaña fue tan valerosa que la Academia de meteorología francesa le otorgó una medalla.

También contribuyó a la construcción de la primera refinería petrolera de Rusia, planteó las primeras teorías sobre el origen del petróleo y predijo que se convertiría en un componente clave en la economía mundial. Hizo grandes aportaciones a la investigación y construcción naval, participando en el diseño del primer rompehielos del Ártico. La idea de explorar los territorios del norte de Rusia y hacerlos accesibles le parecía muy atractiva. Además, incentivó el uso de fertilizantes en la agricultura, poniéndolos en práctica también en sus terrenos propios, e inventó diversos instrumentos destacando entre ellos un aparato para medir la densidad de los líquidos. Pero otra aportación curiosa, de la que no hay reseñas, es que Mendeléyev tuvo mucho que ver con la historia del vodka. La emblemática bebida espirituosa rusa se destilaba de forma casera, obteniendo un brebaje cuya graduación alcohólica oscilaba entre los 10 y los 50 grados, sin ningún tipo de estandarización. El químico descubrió que la graduación adecuada era de 40, ya que de ese modo el calor producido en boca era el mínimo y mantenía al máximo su sabor sin producir sequedad. Desde entonces, el vodka ruso tiene oficialmente una graduación obligatoria de 40 grados, algo que han imitado de forma voluntaria fabricantes de otros destilados como whisky, ron o ginebra de todo el mundo.

Por otra parte, Mendeléyev estuvo a punto de conseguir el Premio Nobel de Química, una circunstancia que finalmente se vio cercenada. Dicen las malas lenguas, que fue por la influencia de Arrhenius, un científico sueco que había ganado el galardón de física tres años antes, en 1903. Al parecer, en venganza por las críticas públicas que sufrió referentes a su teoría de la disociación electrolítica por parte de Dmitri, hizo todo lo que estuvo de su mano para convencer a ciertos miembros de la Academia sueca para que declinaran en su idea de concederle el premio. Un año después de que se truncara ese reconocimiento a su labor, el científico murió, y lo hizo sin llegar a conocer que en 1955 se nombró mendelevio (Md) al elemento químico de número atómico 101, en su honor.

En todos aquellos que en su momento estudiaron EGB, ESO, o lo que quiera que fuera que estaba en la moda educativa del momento, y no optaron por seguir sus estudios para acabar con una bata blanca en un laboratorio o impartiendo clases de Química en alguna institución, Mendeleyev también dejó huella. Y no con el fin único de recitar ciertas columnas de la tabla periódica más conocidas o cantarinas, que tal vez de poco sirve, sino al menos para rellenar esas casillas recurrentes de un crucigrama y saber que Na es sodio y Fe es hierro.

Por Inés Pérez Martín

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Dmitri Mendeléyev