La salud: una cuestión molecular

La modificación y sistematización de los compuestos más pequeños de la materia permite convertir sustancias naturales en fármacos.

Uno de los retos más importante a los que se enfrenta nuestra sociedad es asegurar y mejorar la salud y bienestar de su población. En los últimos años, la ciencia ha avanzado muchísimo, dando lugar a novedosas fórmulas que permiten curar lo hasta ahora incurable. Sin embargo, después de los enormes avances de la medicina a los que ha asistido la humanidad en las últimas décadas, existen multitud de amenazas para nuestra salud que no tienen solución. El cáncer, el alzhéimer, la diabetes, el sida o la malaria carecen aún de respuestas curativas eficientes y totales. Y lo mismo ocurre con el inmenso abanico de las enfermedades raras, que debido a su baja incidencia, ha quedado relegada a un tercer plano dentro de las políticas sanitarias e inversión en investigación.  

La ciencia trabaja en el desarrollo de nuevas terapias buscando y optimizando compuestos activos a partir de productos naturales, en los que Canarias cuenta con una amplia variedad, ya que sus especies endémicas ascienden a 4.000. Sin embargo, también surge la posibilidad de diseñar moléculas que se comporten de una manera inteligente para cumplir esta misión. En este sentido, el grupo de investigación de ingeniería molecular del Instituto de Productos Naturales y Agrobiología (IPNA-CSIC) está trabajando en la síntesis de compuestos que actúen de manera adecuada y en el sitio correcto para producir el efecto terapéutico que deseemos y, al mismo tiempo, reduzca los posibles efectos secundarios. 

Las pequeñas moléculas que conforman la estructura microscópica de todos los organismos vivos pueden tener la clave en la búsqueda de una respuesta eficaz a esas enfermedades que aún siguen sin tratamiento. Los científicos del IPNA son expertos en controlar estos procesos para crear compuestos de valor añadido tales como sondas químicas para el control de procesos biológicos específicos o nuevas estructuras moleculares con aplicación en la ciencia de los materiales, pero también novedosos fármacos que pueden acabar con la incierta evolución de estas enfermedades.

El desarrollo de un fármaco es un proceso complejo en el que muchas disciplinas están implicadas. Normalmente, el desarrollo de un fármaco empieza con la identificación de una proteína asociada a una enfermedad humana, lo que se conoce como “diana”.  A partir de esta información se realiza un experimento conocido como “selección de alto rendimiento” para encontrar el compuesto químico o el anticuerpo que se una a la diana o la impacte de manera que modifique la enfermedad. Los químicos son los encargados de conocer a las moléculas y buscar distintas funcionalidades para ellas o mejorar considerablemente las que ya tienen.

Una vez que se han identificado los compuestos químicos o los anticuerpos por su unión a una diana, se intensifican para mejorar su seguridad y su eficacia. El compuesto químico o anticuerpo resultante se convierte en un candidato a fármaco. Antes de probarlo en humanos se debe determinar un perfil inicial de seguridad y eficacia del candidato a fármaco. En esta fase, los científicos utilizan modelos informáticos y pruebas de laboratorio, normalmente con modelos animales, para valorar la seguridad de dicho candidato. Luego empiezan las pruebas con humanos que van por fases, ampliando los grupos muestrales más y más hasta poder autorizarlo y venderlo.

  

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